domingo, octubre 29, 2006

Dos cajas de libros

Tengo dos cajas llenas de libros para donar a alguna biblioteca.

Ese es el resultado de una mudanza, una estantería nueva y más o menos 15 cajas de libros que colocar... ¿para qué acumulamos tantos libros? Pues no lo sé, quizás sean los objetos de los que más cuesta desprenderse, pero tras una conversación con el Perdíu (la derecha que se lo lee todo), llegamos a la conclusión de que con 30 libros en propiedad es suficiente. El resto, bibliotecas e intercambios.

Pero ayer, en plena operación limpieza, algo que disfruté como pocas cosas, no tuve ninguna duda en desprenderme de El Guardián entre el Centeno (sobrevalorada) y muchas más en una edición barata de los tres primeros volúmenes de La Fundación de Asimov (realmente entretenida). Tampoco tuve problemas para meter en la caja libros que me gustaron como Seda (divertimento), Los vencidos (muy recomendable), Trilogía sucia de la Habana (muy sucia) y hasta algunas de las obras de uno de mis favoritos, Los cuadernos de Don Rigoberto y Lituma en los Andes de Vargas Llosa (no pude entregar, sin embargo, La Guerra del Fin del Mundo).

Por supuesto, en la caja va un grupo de best sellers americanos de 800 páginas de los que te regalan en tu cumpleaños aquellos que no te conocen demasiado o no se atreven, y de esa moda española de escritores que publican decepcionantes obras que son más envoltorio, expectativa y publicidad, que buenas novelas... Las perlas peregrinas, Carta Blanca... Y un aparte especial para El Orden alfabético de Millás, al que ayer nombré peor libro de los que he leído de mi modesta biblioteca.

Sin embargo, hay otros libros que puede que no sean mejores ni peores que los que he nombrado, pero de los que me fue imposible desprenderme. La naranja mecánica de Burgess (tan fascinante como la versión de Kubrick), Los girasoles ciegos de Méndez (las historias más duras que jamás haya leído), La piel fría (absolutamente recomendable), El ensayo sobre la ceguera que salvó de rebote de la quema al otro ensayo, el de la lucidez (que es muy malo) y toda la serie de libros de otro de mis autores fetiche, Paul Auster, uno de los que más debate generan cada vez que sale en una conversación, tan aparentemente insustancial y tan conmovedor a la vez, incluidos los guiones de Smoke, Blue in the face, y la adaptación gráfica de una de sus novelas de la Trilogía de NY, Ciudad de Cristal (una verdadera joya para quien le guste el comic).

A medida que avanzaba la tarde, me envalentonaba con mi desparpajo a la hora de introducir libros en las cajas, pero una voz interior me decía que ni se me ocurriese cada vez que salían los Delibes (vaya novelón El Hereje), Lope, Becquer, Cervantes, Baroja... Ni uno se fue, todos siguen aquí conmigo, esperando el momento de la relectura y de que Marina crezca.

En la última caja aparecieron juntos el Gatopardo de Lampedusa y El hombre sonriente de H. Mankell, permitiéndome abandonar en la página 1 La Montaña Mágica de Mann... ¿cómo puede ser que un libro te avise en la primera página de si te va a gustar o no? Es realmente mágico.

Pues en eso estoy, aprendiendo que todo debe cambiar para que no cambie nada.


Pd1: Tampoco pude desprenderme de mis antiguos manuales de sociología, ni de Tenentti, Pareto, Ibañez...

Pd2: Tampoco del gran Syd Field y la época en la que quería ser guionista. Recomendable para todos los públicos a los que le guste el cine.

Pd3: Lo siento, Perdíu, ni Manuel Sacristán, ni Trotsky, ni Marx van en la caja. Y Pérez Díaz se queda y se va. :o)

3 comentarios:

RicardoRVM dijo...

Hallándome, don Rome, hace años en ocasión y situación similar a la que nos describe usted en su atinado post, me encontré con las Obras Escogidas de Lenin, de Editorial Progreso, de Moscú, en castellano y en 12 tomos (que menos mal que eran escogidas, proque si llegan a ser completas, no sé yo lo que hubiera podido hacer con ellas.

El caso es que decidí donárselas a una agurpación del PCE que tenía por los alrrededores. les puse una notita: "Aquí les dejo estos ladrillos, por si sirven para calzar una mesa o algo". Creo que se enfadaron bastante, pero allí están los libros a disposición de quien quiera consulrar "Empirocriticismo y estado", porque esa es una urgencia en la alguna vez en la vida nos hemos visto todos (y todas).

El Perdíu dijo...

rome, me es familiar la sensación que usted describe...
creo que entre una cosa y otra, entre sanabria y madrid me he deshecho de unos doscientos libros. Si no encuentra usted receptor, ya sabé que hay una biblioteca que se está construyendo, que cruel es el Estado del bienestar, no con dinero de los impuestos de todos, sino con donaciones de liberales como yo. Si quiere que alguno de sus libros forme parte de ella, ya sabe dónde localizarme.

Anónimo dijo...

A mí también me es muy difícil desprenderme de mis libros, yo prefiero guardarlos para más adelante, que seguramente me entrará ganas de leer lo que tengo por ahí...